<< ¿Quién conoce el fin? Lo que ha emergido puede hundirse y lo que se ha hundido puede emerger. Lo satánico aguarda soñando en el fondo del mar, y sobre las ondulantes ciudades humanas navega el apocalipsis >>

HP Lovecraft. La llamada de Cthulhu.

En su notable ensayo sobre el cine alemán durante la república de Weimar, “De Caligari a Hitler, Una historia psicológica del cine Alemán”, el escritor y periodista Siegfied Kracauer postulaba que el triunfo del cine, como fenómeno de masas, radica en su profunda conexión con el inconsciente colectivo de una sociedad. Cualquier intento ajeno al gran público de dirigir o someter a normas la expresión cinematográfica, tarde o temprano, terminará descarriando comercialmente. Y el cine es, al fin y al cabo, un negocio, y no precisamente barato. De tener razón Kracauer —y yo estoy convencido de ello—, algo está ocurriendo en la sociedad occidental en las últimas décadas, con el increíble auge de películas y series dedicadas a glosar el Apocalipsis. 

Sin ánimo de ser exhaustivo, y en orden cronológico, podríamos citar algunas de las más significativas desde el punto de vista de la crítica o la recaudación: The Last Man on Earth (1964), Night of the Living Dead (1968), Armaggedon (1998), Matrix (1999), 28 Days Later (2002), Dawn of the Dead (2004), War of the Worlds (2005), Children of Men (2006), The Road (2007), Contagion (2011), Melancholia (2011), World War Z (2013), Mad Max: Fury Road (2015), A Quiet Place (2018) o Bird Box (2020). Así mismo, cabe mencionar series de televisión como The Walking Dead (2010 – 2022) o The Last of Us (2022). En realidad, la lista es tan abundante que su simple enumeración podría ocupar el resto del espacio de este ensayo. Sí, indudablemente, algo turbio se agita en el inconsciente colectivo de nuestra secularizada y tecnificada sociedad de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Una angustia sobre la posibilidad manifiesta de la extinción, una apertura en canal al No-Ser cuyo origen habría que rastrearlo más en las teorías sobre la muerte térmica del universo1 y en el evento Chicxulub2, que en el Libro de las Revelaciones.

Es cierto que angustias de este tipo han estado presentes siempre en el ánimo humano. Los adventismos milenaristas han sido, por sí solos, fuerzas configuradoras de muchas religiones, incluido el Cristianismo. La brutalidad de un impacto cósmico radica, no obstante, en su absoluta arbitrariedad: la extinción no atiende a consideraciones morales y la supervivencia inmediata a la catástrofe planetaria se convierte, a la postre, en algo completamente fútil3.

A pesar del escenario inconfesadamente aterrador de la muerte térmica del universo, la ciencia a finales del siglo XIX planteaba un panorama bastante optimista y alineado con el progreso de la humanidad. La filosofía, en línea con los avances científicos, se desmarca de los excesos idealistas del romanticismo, tanto en epistemología (positivismo, fenomenología) como en filosofía política y moral (utilitarismo, materialismo dialéctico), rechazando cada vez más explícitamente la especulación metafísica. Solo algunos oscuros pensadores en los márgenes del discurso filosófico se dedicaron a profundizar en lo escatológico. El ejemplo quizás más alucinante de esto lo constituye el pensador alemán Philip Mainländer (1841 – 1876), cuya obra, “Filosofía de la Redención” (1876), constituye una de las cumbres del pesimismo de todos los tiempos. 

<< ¿Quién es, pues, optimista? Es necesariamente optimista aquel cuya voluntad aún no está madura para la muerte. Sus pensamientos y máximas (su cosmovisión) son fruto de su ímpetu y hambre de vivir. Si se le ofrece un conocimiento mejor desde fuera, pero este no echa raíces en su espíritu, o se apodera, ciertamente, del mismo, pero arroja tan solo una especie de frío relámpago en su corazón, pues este es obstinado y duro; ¿qué ha de hacer? ¡Pues seguir!  También le llegará su hora, pues todos los hombres, como todo lo demás en la naturaleza, tienen una única meta >>

Philip Mainländer. Filosofía de la Redención.

Para Mainländer, como para su maestro Schopenhauer, la cosa-en-sí kantiana no es sino una arrolladora fuerza impersonal conocida como “voluntad de vivir”, fuerza que se expresa a través de la síntesis transcendental y aún más allá, en cualquier fenómeno acaecido en el “mundo de la representación” y cuya descripción física responde, en última instancia, a esta potencia inexorable. Dado que la experiencia de la vida está ineludiblemente subordinada a  tal voluntad, completamente ajena a nuestras necesidades y expectativas, termina invariablemente siendo negativa y decepcionante. La solución esbozada por Schopenhauer pasa por una especie de ascetismo artístico, una sublimación de la voluntad de vivir a través del arte capaz de extinguir las llamas del deseo. 

Mainländer va aún más lejos que su maestro y se pregunta el por qué último de la voluntad de vivir, qué necesidad metafísica o teológica pone en marcha este angustioso y ciego proceso espasmódico que conocemos como existencia. En línea con la metafísica tradicional del Ser, Mainländer asimila la Voluntad de vivir con Dios, con un Dios perfecto pero infinitamente aburrido de su propia perfección, y decidido a suicidarse para acabar con su insoportable tedio. Dado que el Ser no puede incluir en su esencia la voluntad de dejar de Ser, Dios emprende un truculento ardid para suicidarse: verter toda su potencia en la creación de un universo en constante evolución que, a través de la aparición de nuevos objetos individuales, va progresivamente diluyendo su colosal energía en multitud de procesos físicos cada vez más infinitesimales hasta conseguir arribar a la impotencia absoluta: la muerte del universo y su anhelado propio final4.

A pesar de su sorprendente y singular teoría, es poco probable que Mainländer se inspirara realmente en las teorías físicas de su tiempo. Si bien es cierto que cronológicamente podría haber estado al tanto de las primeras formulaciones del segundo principio de la termodinámica, parece poco probable, desde el momento que Mainländer creía que su propia teoría estaba en contradicción con las teorías científicas de su tiempo. En el párrafo final del capítulo dedicado a la física de Filosofía de la Redención escribe: “[…] probablemente, en algunos puntos he sido demasiado precavido y he pasado por alto algunas particularidades importantes. […] Estos principios los pongo, a modo de regalo, en manos de cualquier investigador libre y honrado de la naturaleza, con el deseo de que le sirva para explicar los fenómenos mejor de lo que yo he hecho hasta ahora”. Ciertamente, Mainländer más bien se inspira y desarrolla hasta el extremo el principio de la negación de la voluntad de vivir de su maestro Schopenhauer. En cualquier caso, no deja de ser curioso el asombroso paralelismo entre la propia definición de entropía, como magnitud extensiva que se incrementa con la secuencia temporal de procesos físicos, y el debilitamiento de la voluntad de vivir.

Con Schopenhauer y Mainländer se inaugura una línea de pensamiento pesimista bastante diferente de sus análogos previos en la cultura occidental. Contrariamente a lo que pudiera parecer, Mainländer es un pensador explícitamente ateo5, por lo que su pesimismo es un pesimismo ontológico, mucho más sombrío que el de autores que le precedieron. Este punto de partida inicia una senda poco transitada a lo largo del siglo XX (el pesimismo nunca ha sido muy popular en la historia de la filosofía), aunque es cierto que arrojará lumbreras de la talla de Cioran o Camus. Más complejo y abigarrado, incluso, que estos dos grandes autores, es George Bataille:

<< La desesperación es simple, es la ausencia de toda esperanza, de todo atractivo. Es el estado de las extensiones desoladas y —puedo imaginar— del sol >>

George Bataille. La Parte Maldita.

Nick Land (n. 1960), probablemente el filósofo vivo más importante6, reivindica en su primer tratado “Sed de Aniquilación: George Bataille y el Nihilismo Virulento”,  al autor francés, principalmente en su faceta más áspera y desconocida: la hipótesis de la Economía Solar. Para Bataille, la economía humana, dependiente en último término del sol, no es sino un suntuoso proceso inconsciente, casi explosivo (“sacrificial”), en el que se tiende a dilapidar el exceso de energía acumulada de la manera más expeditiva posible. No hay más física que la del gasto inútil y la aceleración en la disipación de los gradientes térmicos, en los que la vida se canibaliza a sí misma sin ninguna otra finalidad que la de hacerlo de forma “escandalosamente gratuita”7. Tomando como inspiración la Economía Solar de Bataille y empleando un lenguaje explícitamente deleuziano, Land plantea en “Sed de Aniquilación” su materialismo libidinal, fundando el proyecto anti-humanista que caracterizará toda su obra posterior:

<< Si el destino de la energía es el desperdicio total, la muerte es el único fin, el colapso de cualquier estructura trascendente ante la imperturbabilidad de la inmanencia solar >>

Nick Land. Sed de Aniquilación.

Para Land, el capitalismo, con su anti-natural ley de ahorro y moderación del gasto, engendra depósitos energéticos que median la emergencia de una anti-polaridad opuesta al flujo descendente de la Economía Solar (flujo que Bataille caracterizaría poéticamente en “El ano solar”). Su manifestación más evidente son las religiones monoteístas, postulantes de una vida eterna estática y contemplativa como fin último y deseado, algo que causaría el espanto del mismo Mainländer. Así, el Cristianismo, especialmente el protestante, refuerza el capitalismo creando toda una superestructura ideológica orientada a la justificación fanática del orden ascendente y la teleología salvífica. Land considera que frente a esta tendencia quasi-cosmológica, poco se puede hacer desde el punto de vista intelectual. Sin embargo, profetiza, el propio desarrollo del capitalismo terminará reconduciendo y acelerando los flujos energéticos planetarios para producir una singularidad cibernética que, a la manera de Skynet, pondrá fin al propio ser humano inaugurando una nueva era post-humana. 

En nuestra filogénesis, el CCRU (unidad de investigación sobre cultura cibernética) de la Universidad de Warwick fue, durante los noventa (coincidiendo con el primer boom de películas apocalípticas, el auge de las nuevas tecnologías de la información y los adelantos en computación e inteligencia artificial), un hervidero intelectual que dinamitó el sustrato de toda la filosofía académica postmodernista, apoyada en mayor o menor medida en el idealismo heideggeriano. 

En una decisión mucho más coherente de lo que sus críticos han estimado, Land abandona su actividad académica trasladándose físicamente a Shanghai e intelectualmente al ámbito de la blogosfera neoreaccionaria, prestando apoyo explícito a corrientes subterráneas que habitan en los crepúsculos del mainstream. Personalmente, me da la impresión que muchos de los críticos acérrimos desde la izquierda tradicional (i.e. Benjamin Noys) no han entendido para nada (¿acaso siquiera leído?) la obra de Land: el núcleo del pensamiento Landiano  sigue siendo, al igual que en su etapa de Warwick, la inevitabilidad termodinámica de la singularidad tecnológica y el surgimiento de un pensamiento inhumano que terminará cambiando para siempre (cuando no directamente liquidando) a la especie humana8

<< No hay nada que hacer y no hay lugar adonde ir. No hay nada que ser y nadie a quien conocer >>

Thomas Ligotti

Con esta lapidaria sentencia de uno de los autores de culto más reconocidos de las últimas décadas en el campo de la literatura del horror, el filósofo británico Ray Brassier da inicio a su obra más conocida: Nihil Desencadenado. Este es, en realidad, su único tratado hasta la fecha más allá de su producción articulista estrictamente académica, que tampoco es especialmente cuantiosa.  Por diversas razones, esta obra ha pasado a ser la más emblemática del que probablemente sea el movimiento filosófico más importante de comienzos del siglo XXI: el realismo especulativo, cuyos antecedentes habría que buscarlos en el CCRU. 

Brassier se alinea innegablemente con Land en la suposición de la absoluta inanidad de la mente humana en relación a la posibilidad de comprensión del nóumeno kantiano. Al contrario que Land, sin embargo, Brassier ha optado por permanecer en la academia y mantener el compromiso de unificación entre Filosofía y Ciencia, adquirido quizás de su maestro Francoise Laruelle. Al mantenerse en el ámbito del pensamiento puro, Brassier ha sorteado la disputa política optando por convertirse en adalid de un racionalismo ilustrado. 

El realismo especulativo es un movimiento bastante heterogéneo que se encuentra en pleno proceso de configuración. Muchos, si no la mayoría de los autores incluidos en este movimiento, rechazan más o menos explícitamente su pertenencia al mismo. Sin embargo, como Brassier sagazmente advirtió, sus puntos de vista son suficientemente consistentes como para armar un todo articulado, una nueva teoría ontológica y epistemológica que supone una crítica novedosamente radical de las dos líneas de pensamiento más exitosas del siglo XX: el materialismo dialéctico y el existencialismo. En mi opinión, se trata de un replanteamiento que transciende tanto las posiciones dogmáticas del primero como los idealismos subjetivistas de raigambre kantiana del segundo, predominantes en el ámbito académico. Estos últimos han derivado en un planteamiento agnóstico respecto a la Ciencia, reivindicando una supuesta superioridad primitiva (transcendental) de la Filosofía que se empleará como coartada ética y política para justificar lo que Brassier denomina “el auge del pensamiento mágico e irracional”.

Precisamente, el carácter altamente abstracto y técnico del realismo especulativo, interesado primordialmente en ampliar las bases ontológicas del pensamiento para hacerlo compatible con la ciencia moderna, hace que sus implicaciones políticas sean mucho menos evidentes que la de las corrientes postmodernas que lo anteceden (deconstruccionismo, estructuralismo), muchas de ellas ya de inicio comprometidas con una posición política concreta. Sus implicaciones estéticas se visualizan, sin embargo, de forma más directa. Muchos de estos autores sienten especial predilección por H.P. Lovecraft o, en general, por el género del horror, fuente inagotable de metáforas para intentar describir la realidad que queda fuera de las posibilidades de comprensión del ser humano9.   

La mayoría de los pensadores relacionados directa o indirectamente, voluntaria o involuntariamente, con el realismo especulativo (Badiou, Melliasoux, Brassier, Hamilton Grant), aunque no todos (Laruelle), militan confesamente en el campo del materialismo ateo: se trata de recuperar un racionalismo “cartesiano” ampliamente denostado por dogmático. Se pretende así dar carta de naturaleza a una descripción del mundo en la que la Ciencia, armada con su poderoso método empírico, ha cobrado una ventaja abrumadora respecto a la Filosofía, relegándola al perímetro, en el mejor de los casos, de la ética y la política.  Retornar a la Ilustración y vencer con el fuego (¿luciferino?) de la razón los irracionalismos que el exceso idealista engendró y que alcanzaron su clímax con el post-modernismo, nos puede conducir, paradójicamente, a un mundo extraño más propio de los cabalistas de la Edad Media que el de la Ciencia del Siglo XXI. En el fondo de todo, subyace la especulación de que hay algo ahí fuera incomprensible e inasible, un (hiper)caos de contingencia que desaparece de nuestra vista con la misma fugacidad que una sombra percibida por el rabillo del ojo en plena noche.  

<< Entre las angustias de los días que siguieron está el mayor de los suplicios: la inefabilidad. Jamás podré explicar lo que vi y conocí durante esas horas de impía exploración, por falta de símbolos y capacidad de sugerencia de los idiomas >>

HP Lovecraft. Hypnos.

No se trata, en este caso, de la deconstrucción semántica de Derrida, se trata de una verdadera inaccesibilidad epistemológica a la vez de vacío ontológico, una negación no dialéctica (Laruelle) o un infinito inconsistente (Badiou) que determina el pensamiento humano sin verse a su vez determinado por él. 

En Nihil desencadenado, Ray Brassier se pregunta: “¿Es posible, siquiera, pensar sobre la extinción?” Lo que le lleva, en última instancia, a preguntarse:  “¿Es posible un pensamiento no humano?” Y yo añadiría, a modo de corolario: “sería posible un pensamiento… ¿demoníaco?”

<< El CCRU no era un acrónimo en absoluto, sino que era, en realidad, una versión de la antigua palabra polinesia occidental Khru, que significa Diablo del Apocalipsis. Una vez que entendí que realmente eran adoradores de Satán, muchas otras cosas se volvieron aún más claras >>

CCRU, escritos 1997 – 2003.

Lo creáis o no, queridos y amables lectores, esto es lo que plantea a día de hoy de manera hipersticional10  la filosofía más a la vanguardia de nuestro tiempo.

1 Postulada inicialmente por Herman von Helmholtz en 1854 y refrendada posteriormente por Lord Kelvin en 1866, fue el físico austriaco Ludwing Bolztmann en su artículo “On the certain questions about gas theory” (Nature 1322 (51), 413 – 415, 1895) quien llevaría la especulación sobre la muerte térmica del universo hasta sus últimas consecuencias. 
2 Lugar de impacto del famoso meteorito que hace 65 millones de años provocó la extinción de los dinosaurios. Curiosamente, el topónimo se traduce en idioma Maya como “Pulga del Diablo”.
3 Aunque es cierto que pocas películas de las citadas terminan dando carpetazo definitivo a los supervivientes de la catástrofe sino que, más bien, terminan planteando un escenario más o menos favorable. Finales tan absolutamente desoladores como el de “Melancholia” son difíciles de hallar en el cine actual.
4 Que será también el de los objetos o voluntades individuales que lo pueblan, desde las estrellas hasta el ser humano.
5 Su concepto de Dios es un concepto físico, al modo del “Deus sive Natura” de Espinoza. 
6 Con permiso de Slavoj Zizek o  Bruno Latour. 
7 Un paralelismo inquietante con la voluntad de muerte de Mainländer al cual, aparentemente, Bataille no cita en sus obras. 
8 Y a día de hoy, diciembre de 2023, con ChatGPT y Gemini en la palestra, esta amenaza parece mucho más tangible que en 1990.
9 En este aspecto, hay que destacar la magnífica trilogía “El Horror de la Filosofía” de uno de los autores más comprometidos con el realismo especulativo, el estadounidense Eugene Thacker. 
10 Término inventado por Nick Land el contexto del CCRU que refiere a una idea performativa que provoca su propia realidad, una ficción que crea el futuro que predice, y que ha pasado al argot filosófico común actual.  

Obras citadas

Bataille, G. (1996). El Ojo Pineal: Precedido de El Ano Solar y Sacrificios, tr. Manuel Arranz Lázaro (Pre-textos, Valencia).

Bataille, G. (2007). La parte maldita, tr. Marco Pons (Las Cuarenta, Buenos Aires,).

Brassier, R. (2017). Nihil desencadenado, Ilustración y extinción, tr. Borja García Berjero. (Materia Oscura Ediciones, España).  

CCRU, Cybernetic Culture Research Unit, (2020). Escritos 1997 – 2003 CCRU, tr. David Wiehls et al. (Materia Oscura Ediciones, España).

Kracauer, S. (1985). De Caligari a Hitler, Una historia psicológica del cine Alemán, tr. Héctor Grossi. (Editorial Planeta, Madrid). 

Land, N. (2021). Sed de aniquilación, George Bataille y el Nihilismo Virulento, tr. Abraham Cordero. (Materia Oscura Ediciones, España). 

Lovecraft, H.P. (2005). Narrativa completa (dos volúmenes), tr. Francisco Torres Oliver et al. (Valdemar, Madrid). 

Mainländer, P. (2020). Filosofía de la redención (y otros textos), tr. Manuel Pérez Cordero. (Alianza Editorial, Madrid).